sábado, 21 de mayo de 2016

Solsticio de verano

Moriremos hoy, al amanecer, cuando el fuego abandone las cenizas y se desvanezca entre las primeras luces del día.
Moriremos, estamos muriendo poco a poco, te digo ahora mismo mientras tú me miras con rostro de cadáver y metes la mano por debajo de mis calzoncillos (yo hago lo mismo por debajo de tus bragas).
Al fondo, sobre las murallas y el campanario, suena la orquesta. Estallan petardos, carcajadas, cristales, y el fuego, ubicuo como el deseo que nos posee, se abre camino como largas columnas salomónicas, delgadas y sinuosas como tus piernas.
"Hoy es el último día de nuestra adolescencia", te digo completamente ebrio, los pulmones ahogados por el tabaco.
Pero tú te ríes, no quieres creerme, y me das un morreo para acallarme.
Mientras mezclamos nuestros alcoholes, tu saliva y la mía, mi cerebro está en tus manos, sólo pienso con mis manos, que sienten como este momento se les escurre entre los dedos, impotentes por abarcar tanta inmensidad (tus labios verticales abriéndose poco a poco).
"Está a punto de terminarse", pienso cuando, después de vaciarme dentro de ti, me tiendo a tu lado y contemplo la noche por última vez.
A partir de hoy seremos adultos: trabajaremos de nueve de la mañana a seis de la tarde, nos casaremos y tendremos hijos, seguramente con otra persona; pero ahora, antes de que se haga de día, te digo al oído, después de haberte hecho el amor bajo las estrellas, seguimos siendo inmortales, la inmortalidad aún nos envuelve y nos protege como un hemisferio de humo, pavesas y cenizas que echan el vuelo y luego caen, abatidas, entre nuestros brazos enlazados sobre la hierba.

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